10 de octubre de 2016

1979: ASCENSION AL MONTE PERDIDO. MI PRIMER TRESMIL



En 1976 yo tenía 17 años. Hasta ese momento mis actividades en montaña se reducían a excursiones familiares cuando vivíamos en Huesca (nos trasladamos a Valencia cuando tenía 11 años) y excursiones y campamentos con el colegio o con los scouts. Por nuestra cuenta nuestra experiencia se reducía a un par de salidas en los alrededores de Valencia, incluida una pequeña marcha por la zona de Chelva el verano anterior, que acabó truncada por una multa por acampar sin permiso. Es anecdótico que de la sanción correspondiente fuimos indultados con motivo de la muerte de Franco.
Aquel verano decidimos ir primera vez de “acampada” (como lo llamábamos entonces) por nuestra cuenta a los Pirineos. Nuestra experiencia real de montaña era pues prácticamente nula, y pensar en subir a una montaña de más de tres mil metros como el Monte Perdido nos suponía un reto de grandes proporciones. Además lo único que sabíamos era que se subía por el valle de Ordesa (que yo conocía de excursiones familiares cuando vivía en Huesca) y lo que del refugio me había contado mi padre que estuvo allí una vez en mayo de 1970, invitado como “autoridad” a algún acto oficial cuyo contenido no recuerdo. A él lo llevaron en helicóptero y siempre me había impresionado lo que contaba del lugar y de los montañeros que allí había visto.

Mi padre delante de Góriz en Mayo de 1970
De la montaña y de cómo se subía no teníamos prácticamente ningún dato. Desde luego no había Internet y como mucho tendríamos algún mapa de la editorial Alpina (de eso no estoy seguro, pero algo debíamos tener). Sólo había algunas postales de Ordesa de mi padre que yo consultaba constantemente para intentar adivinar en la pared del Soaso por dónde podía subir ese sendero que al parecer había y que llevaba al refugio evitando esas temibles clavijas.

La postal del Soaso de mi padre, en la que se adivina el sendero a Góriz
Góriz en los años setenta
Los expedicionarios finalmente éramos cuatro de los multados el año anterior, Luis, Felipe, Ángel y yo, y dos que venían por primera vez, Juan e Iñaki. Todos éramos compañeros de colegio desde pequeños y teníamos los 17 años recién cumplidos (es posible que alguno incluso aún no los tuviera, pero no recuerdo todas las fechas de nacimiento). 
En la noche del día 30 de junio al 1 de julio salimos de Valencia hacia Zaragoza en “el nocturno”, tren que salía a las 12 de la noche y que llegaba a Zaragoza sobre las 8 de la mañana, bastante más rápido que las 11 horas que tardaba “el borreguero” diurno. Desde allí continuamos en tren hasta Huesca, donde nos vimos con Juan Gorgues, médico forense al que conocía de cuando viví allí con mis padres, y que por su carácter de apasionado pescador en los ríos del Pirineo pensábamos que nos podría ayudar con lo que más necesitábamos: información. Él nos dijo que contactáramos con un amigo suyo, dueño de la Fonda Viu, en Torla. En realidad no recuerdo si nos dio alguna información más que nos fuera de utilidad.
Lo que sí averiguamos fue que no había ningún medio de transporte público que llegara hasta Torla. Por ello decidimos ir hasta Biescas, el lugar más próximo a nuestro destino al que llegaba el autobús, pensando en que al día siguiente ya veríamos como continuábamos el camino.

En el camping de Biescas: Miguel, Iñaki, Juan, ¿Felipe? Y Angel
Esa tarde, estando en el camping, llegó una familia que enseguida vimos que no sabían ni cómo montar su tienda (nos dijeron que se la habían prestado unos amigos y que era la primera vez que iban de camping). Nos ofrecimos a ayudarles y eso dio lugar a que hablando con ellos se enteraran de nuestro problema de transporte. Agradecidos por la ayuda recibida, se ofrecieron a llevarnos hasta allí al día siguiente, pero sólo podían llevar a cuatro en el coche. El resultado fue que por la mañana nos llevaron a Felipe, Juan, Iñaki y a mí, mientras Luis y Angel (si no recuerdo mal) hacían autostop. Les cogieron relativamente pronto, pero lo que paró fue un camión que se ofreció a llevarles en la caja. El problema era que en ésta aún quedaban restos de su última carga: estiércol.

Y en el de Torla: Luis, Juan, Miguel e Iñaki
El día siguiente lo pasamos en Torla, donde poco de utilidad obtuvimos de hablar del dueño de la fonda VIU al que acudimos según nos había indicado Juan Gorgues. El día 2 de julio subimos a Góriz en un día gris. Llegados al Soaso, desde nuestra inconsciencia y audacia de nuestra excesiva juventud, después de haberlo pensado tanto, terminamos subiendo por las clavijas, que nos parecieron más asequibles de los que pensábamos al imaginárnoslas en Valencia.

Por encima del circo del Soaso, camino de Góriz: Luis, Felipe y Juan
Después de la noche en el refugio (los escasos recuerdos se mezclan con los de otras muchas noches posteriores en el mismo lugar), y el día 3 atacamos la cumbre. Nuestro material era escaso: sólo yo llevaba unas botas de cuero (unas Kamet de Boreal que había estrenado unos días antes), el resto iba con botas Chiruca o con botas de soldado. Nuestra ropa era también limitada (Luis sólo tenía una cazadora vaquera). 

Cuño que se ponía en las postales
que enviabas desde el refugio,
lo que nos pareció el colmo de lo exótico
Salimos del refugio tarde (eso de madrugar aún era un concepto desconocido) y con un tiempo regular: había momentos en que llovía y estaba totalmente cubierto. Probablemente era un día en el que hoy en día no habríamos ni empezado la ascensión. Aún así desde nuestra inexperiencia empezamos a subir y recuerdo que aún se veía en refugio cuando ya pensábamos cuantos cientos de metros habíamos ganado (ahora sé que desde ese punto apenas habríamos subido 100). Por encima del Lago Helado dudamos varias veces si debíamos retirarnos. Los anoraks que teníamos apenas nos protegían de la lluvia y Luis llegó a coger una bolsa de basura (recuerdo que era azul) y haciéndole tres agujeros la convirtió en su impermeable sobre la cazadora vaquera. Prácticamente no tengo otros recuerdos ni de la subida ni de la cumbre (nebulosas imágenes de la zona entre el lago y la cumbre), y las fotos que hicimos muy limitadas, por lo que apenas soy capaz de reproducir la experiencia (de hecho sólo hay tres en color, una foto era algo muy valioso entonces). Por no saber no sé con seguridad si todos llegamos a la cumbre (yo sí que llegué).

Subiendo hacia el lago Helado: Luis, Iñaki, Felipe y Juan
Llegando al refugio empapados: Angel y Miguel
De regreso al refugio, por la tarde continuamos bajando hasta Torla. El día siguiente permanecimos allí un día descansando.
Decidimos  continuar la aventura pasando a Francia por las montañas (el mero hecho de cruzar la frontera ya tenía mucho de aventura). El día 6 fuimos hasta Bujaruelo, donde dormimos en el pajar del edificio que allí había en aquel momento, mezcla de cabaña de pastores, refugio y puesto fronterizo. Yo recuerdo que pase la noche fuera pues me daba miedo dormir en un sitio en el que el polvo me podía desencadenar un ataque de asma, algo a lo que entonces temía mucho. En aquel lugar también había un campamento del colegio de marianistas de San Sebastián, donde conocían a alguno de nuestros profesores en Valencia. Uno de ellos nos dijo que en Gavarnie preguntáramos por un conocido suyo que trabajaba en un hotel.

Subiendo hacia el Puerto de Bujaruelo
En lo alto del Puerto, ya el Francia: Juan, Angel e Iñaki
Por la mañana pasamos el puerto de Bujaruelo (o para las franceses de Gavarnie o de Boucharo), y al llegar a Gavarnie el interfecto amigo resultó ser el cocinero del Grand Hotel, que nos dejó dormir en el garaje (algunos encima de la mesa de ping-pong), y nos dio para cenar restos de la cocina del establecimiento.
Al día siguiente decidimos seguir adentrándonos en Francia en autostop, pero apenas conseguimos avanzar 20 kilómetros hasta Luz-Saint-Sauveur. Por la noche como prácticamente no teníamos nada para cenar, recorrimos el pueblo comprando una barra de pan en cada bar, donde entrábamos a pedir diciendo que no teníamos ninguna, mientras uno esperaba fuera con las que ya teníamos. De esta forma conseguimos varias para la cena.

Paseando por Gavarnie
Pasamos la noche en el prado delante de un albergue juvenil, cuyo dueño era un exiliado de la España republicana. Al despertar por la mañana, mojados por el rocío, descubrimos marcado en nuestros sacos en recorrido en diagonal de una babosa, que había terminado pasando por encima de la cara de Angel (y de su barba) sin que este llegara a despertarse. Desde el albergue se acercaron cuando aún estábamos en los sacos, trayéndonos café con leche y croissants para que desayunáramos.
En ese momento nuestra resistencia física y sobre todo mental estaba agotada y nos entraron súbitas prisas por volver a Valencia. Decidimos intentar llegar a Zaragoza cuanto antes para regresar, incluso si fuera posible esa misma noche en el tren nocturno.

Cruzando el Puerto, al regreso: Felipe, Miguel y Luis
Salimos de Luz en un autobusito que nos llevó hasta Gavarnie. De allí andando cruzamos el puerto de Bujaruelo. Durante la subida nos ordenábamos por parejas según la suerte que cada uno había tenido haciendo dedo: más atrás (y en teoría a los que primero pararían) se colocaban los que habían tenido hasta ese momento peor suerte (y habían caminado más). La fortuna era cruel, y los coches pasaban de largo y finalmente se decidían al alcanzar a los que iban delante (Angel y Luis). Finalmente a varios nos subieron en un Land Rover, que resultó ser de la gendarmería (con el consiguiente susto inicial). Desde el collado bajamos a Bujaruelo, donde nuestros amigos del campamento nos dieron para comer lentejas de las que les habían sobrado, y luego salimos rápidamente hacia Torla, trozos andando y trozos a dedo. Allí un taxi llevó a cuatro hasta Sabiñánigo (los otros dos fueron en autostop), y cogimos el tren a Zaragoza. Toda una carrera intentando llegar para coger el nocturno, para encontrarnos que ese día no había (era sólo tres veces por semana). Después de tantas prisas, tuvimos que pasar la noche en la estación para coger el borreguero al día siguiente. Por la noche estuve primero dando vueltas por Zaragoza buscando un bar abierto para que Iñaki pudiera tomarse una botella de agua de Vichy (terminamos en el del Hotel Corona de Aragón, el de más lujo de la ciudad y el único abierto), pues le había sentado mal tanto movimiento y comida irregular (en realidad lo atribuíamos a haber bebido mucho agua de montaña, sin sales, y ese fue el origen de nuestra obsesión posterior por tomar siempre agua con litines al ir a Pirineos, costumbre hoy afortunadamente ya abandonada). La noche en la estación fue larga e incómoda y el viaje en el tren más todavía.

Miguel “durmiendo” en la estación de El Portillo
 En total diez días intensos e inolvidables, en los que una de las sensaciones principales fue el hambre que pasamos. Debíamos dar mucha pena, porque allá donde íbamos nos invitaban a comer, llegando incluso una pareja que conocía al padre de Luis de su trabajo a pagarnos la cuenta del supermercado (agregando muchas cosas por su cuenta a la cesta, que para nosotros fueron manjares especiales).

30-06- Valencia (24 h)
01-07- Valencia-Zaragoza-Huesca-Biescas
02-07- Biescas-Torla
03-07- Torla-Goriz
04-07- Goriz-Monte Perdido-Goriz-Torla
05-07- Torla
06-07- Torla-Bujaruelo
07-07- Bujaruelo-Gavarnie
08-07- Gavarnie-Luz
09-07- Luz-Gavarnie-Bujaruelo-Torla-Sabiñánigo-Zaragoza
10-07- Zaragoza-Valencia

No hay comentarios:

Publicar un comentario