19 de julio de 2011

LA CONQUISTA DE LA MONTAÑA (Miguel Pastor, el padre)

La montaña, el Muztagh Ata. Tan grande, tan lejana, tan fría e inhóspita, con la cabeza tan alta que casi ni el aire la rodea.... Es hermosa... Pero eso no es suficiente para entender porqué queremos subir a su cima, pues al fin y al cabo casi se la admira mejor desde lejos. Sigue siendo difícil explicar porqué nos llama.  Hace unos meses no la conocía, pero desde que supe de su existencia ha ido poco a poco centrando mis pensamientos. Me atrae y pienso en ella deseando vernos en sus faldas, subiendo lentamente por el hielo, pasando las noches sobre la nieve, bajo las estrellas o en medio de una tormenta...
Es curioso cómo coincide la terminología que usamos en actividades tan distintas y a la vez tan importantes en la vida de algunos seres humanos. Conquista, asedio, lucha... Guerra, amor, montañismo...

Es evidente que una de las cosas que nos atraen de esta montaña es precisamente aquello que la hace distinta de todo lo que hemos hecho hasta ahora. Sin duda lo que la hace diferente es su altura, pero eso no es en sí lo más importante. Lo relevante es el hecho de que por ser tan alta esté fuera del alcance de cualquiera que intente llegar a ella sin habérsela ganado. Estas expediciones convencionales, con su parafernalia de campamentos, porteos, material y equipo son actualmente consideradas muchas veces con desdén, pues lo que realmente está de moda, lo que tiene mérito, son los asaltos rápidos, ligeros, superando las dificultades por la enorme fuerza y destreza de sus integrantes... Pero esa forma de atacar la montaña está reservada a la élite, a los que pueden hacer algo “de mérito” ante el resto del colectivo montañero. Si además la actividad implica asumir un gran riesgo, es cuando también aparece relevante ante el resto de la gente. Pero si la montaña tiene algo realmente bueno es que está ahí para todos los que quieran acercarse a ella con respeto, y los que no somos especiales también podemos disfrutarla.

Si llegas a una gran montaña y no estás dispuesto a hacerte con ella, a enamorarla, probablemente no la subirás. Antes de ir ya debes conocerla, informarte, saber cómo es, sus grandezas, sus preferencias (que no debilidades). Luego debes llegar hasta ella, verla y conocer su entorno y su mundo. La aclimatación, la instalación de los campamentos, los largos porteos por sus laderas, es el proceso por el que vas obteniendo su reconocimiento, por el que vas mereciéndola. A medida que tu cuerpo está en mejores condiciones, que tu entorno va estando preparado, vas teniendo posibilidades de conquistarla. Pero no como una conquista militar, destructiva, sino como una conquista del amor, en la que ella acepta que está dispuesta a entregársete.

La belleza de la escalada está en el proceso, en los momentos en que, desde la preparación al día de cumbre, vas haciendo que tu relación con la montaña sea cada vez más intensa, más entregada, más compartida. La cima es una de las posibles culminaciones de ese amor, pero hay otras. Pues en realidad todo esto no es un momento, es siempre un proceso, con sus oscilaciones, con sus malos momentos, con sus instantes de gloria. Quien no sepa vivirlo completo jamás sabrá lo que es el verdadero amor.

Cara norte del Monte Kenia
Hace unos meses me pasó algo similar en el Monte Kenia. También fue un largo proceso de asimilación, de conocimiento, de acercamiento... Aquella vez no conseguimos merecer la cumbre, no llegamos a conectar con la montaña lo suficiente para alcanzarla. Quién sabe esta vez. Quizás lleguemos a merecerlo más...

Hemos vivido la preparación, el disfrute de pensar, de planificar como forma de vivir por adelantado. Ahora queremos vivir la parte de llegar, de ver, de admirar y sentirnos pequeños. Queremos acercarnos con devoción cuando subamos hacia el campamento base. Montar el campo 1 llegando hasta los hielos y desde allí mirar más arriba. Sentir cómo el cuerpo va asimilando las duras condiciones que la montaña impone, el frío, la fatiga, la falta de aire. Si nos deja y lo merecemos, podremos ir más allá. Podremos llamarla desde más cerca y pedir permiso para subir más arriba. Puede que al final alguno no lleguemos a estar en condiciones de intentar subir por sus rampas más elevadas. Y puede que al final la montaña nos acepte y se nos entregue en su cumbre. Yo sé que en ese momento lloraré y por su dificultad, por el esfuerzo dedicado a hacerme merecedor de su amor, eso quedará para siempre en mí.

Y si al final no podemos llegar, esperamos que el desarrollo de la ascensión deje una huella que nos enseñe porqué no lo hemos merecido y que nos impulse a intentarlo de nuevo.

Con pasión
Miguel

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